Había una vez un hombre llamado Don Ramón, quien era un magnate millonario de la ciudad. Don Ramón era conocido por ser el hombre más rico de la zona, pero también por ser el más pichirre.
Un día, Don Ramón decidió invitar a sus amigos millonarios a su casa para una cena. Todos sus amigos llegaron con sus mejores trajes y joyas, pero al entrar en la casa de Don Ramón se dieron cuenta de que todo estaba muy mal iluminado y que no había aire acondicionado.
Don Ramón les recibió en su sala de estar, donde tenían que sentarse en sillas de plástico y beber agua del grifo. Los invitados no podían creer que el hombre más rico de la ciudad no pudiera permitirse una sala de estar decente.
La cena fue aún peor. Don Ramón sirvió arroz y frijoles, y cuando uno de sus amigos pidió un poco de vino, Don Ramón le sirvió un vaso de jugo de uva. Los invitados intentaron ser educados y agradecer a Don Ramón por su hospitalidad, pero no podían evitar sentirse decepcionados.
Después de la cena, Don Ramón les llevó a dar un paseo por su jardín. Les mostró sus flores y sus árboles frutales, pero cuando uno de sus amigos preguntó si podían probar una fruta, Don Ramón les dijo que no, porque esas eran para vender en el mercado.
Finalmente, los invitados se despidieron de Don Ramón y se fueron a sus casas, sintiéndose algo decepcionados por la cena y las cosas pichirres que había hecho Don Ramón. Pero lo que no sabían es que Don Ramón tenía una razón para ser tan pichirre.
Al día siguiente, los invitados recibieron una llamada de Don Ramón. Les dijo que había encontrado una forma de hacerse aún más rico, y que necesitaba su ayuda. Les propuso invertir en una empresa que él había descubierto, y que prometía ser muy rentable.
Los invitados aceptaron la propuesta de Don Ramón, y juntos invirtieron en la empresa. Unos meses después, la empresa se convirtió en un gran éxito, y los invitados recibieron una gran cantidad de dinero.
Don Ramón les explicó que había sido pichirre con ellos en la cena y en su casa para asegurarse de que eran amigos verdaderos, y que no solo estaban interesados en su dinero. Y ahora, gracias a esa prueba, habían demostrado ser amigos leales y confiables.
Los invitados se rieron de su propia ingenuidad y prometieron no subestimar a Don Ramón nunca más. A partir de entonces, se convirtieron en amigos cercanos y disfrutaron de muchas experiencias divertidas juntos, siempre recordando la lección que Don Ramón les había enseñado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario